Ser dueño de esta compañía no fue una decisión. Fue más bien una imposición. El padre que había fundado una compañía de explotación de canteras de mármol falleció joven y dos de sus hijos mayores, que apenas empezaban la universidad, quedaron encargados de continuar con ese legado.
Pocos años después de haber asumido esa responsabilidad hubo una crisis de la construcción en Colombia que hizo que la compañía acabará con serios problemas financieros. Hubiese sido más fácil declararse en bancarrota y entregar la compañía. Sin embargo, el compromiso con la familia y el cariño a la empresa, hizo que decidieran empezar de cero nuevamente, sin imaginar que este proyecto habría de tomar mas de veinte años.
En el cuaderno de uno de los hermanos, entre listas de responsabilidades y diligencias, siempre se quedaron los dibujos hechos en domingos, acerca de posibles esculturas. Nunca hubo la oportunidad. Siempre hubo mucho trabajo y poco tiempo para sueños.
Hace poco, en un viaje de trabajo, manejando, por una de esas interminables y estrechas carreteras de Colombia, tuvo una de esas grandes ideas que ocurren al manejar por largas horas y vio por fin la posibilidad de empezar a crear, al ver unas piedras inusuales en la carretera. Piedras de formas y colores que lo inspiraron. Llenó de estas piedras la parte de atrás de su camioneta, y una vez en su taller, empezó a cortarlas, pulirlas y transformarlas en esculturas. Diseñó las bases, tomó fotos y ahora, finalmente, tiene la satisfacción de estar rodeado de sus esculturas y vender algunas de ellas.
En esta pequeña empresa, se siguen haciendo lavamanos, baldosas y materiales de construcción. Sigue siendo guiada por la idea de que algún día volverá a ser el patrimonio que su padre estaba soñando para sus hijos y que ahora ellos sueñan para los suyos. Sigue siendo un reto enorme, a diario.
La diferencia, sin embargo, es que ya en ese taller, hay finalmente un espacio para los sueños.