Elizabeth, 23 años.
Llegó a Estados Unidos de catorce años. Su madre logró traerla después de trabajar acá por varios años. Nunca fue ilegal. Tuvo buena suerte y buenos abogados.
Aprendió ingles y terminó bachillerato. Nunca hizo amigos. Siempre sintió que no pertenecía. Extrañaba Colombia. Jamás se sintió afortunada de vivir acá.
La universidad era costosa y su madre hablaba a menudo de los sacrificios económicos que hacia. Decidió trabajar y posponer los estudios.
Trabajó en restaurantes y fue bartender. Buenas propinas, comidas y fiestas. Figura bonita, cara exótica, juventud y el mundo a sus pies. Se deprimió aún mas. Quiso volver a Colombia. No le importó dejar atrás las posibilidades económicas que tenía en ese momento. Sentía nostalgia todavía.
En Colombia se percató que sus recuerdos no coincidían con la realidad. Se enamoró, aunque sabía que ahí no había ningún futuro. Ensayó vivir con distintos familiares. Se hizo un tatuaje. Trató de vivir como su gente. Ya no era lo mismo.
Ahora está embarazada. Su familia en Colombia, a quien ella tanto extrañaba, la rechazó. Con un préstamo volvió a los Estados Unidos. Su madre tiene un novio y otra vida. Ahora Elizabeth vive sola en un pequeño estudio y a veces ayuda a su madre a hacer limpiezas para pagar sus gastos. Recibe $190 al mes del seguro social. Paga impuestos desde hace años.
No consigue trabajo, va a entrevistas todos los días, está tatuada y embarazada. Su antiguo jefe la invita a almorzar y le ordena un postre. Es lo único que puede ofrecerle.
Las oportunidades de estudio y trabajo que tuvo antes ya no están. Cree, sin embargo, que por ahora debe estar acá. No quiere estar en Estados Unidos pero piensa que aquí su bebé tendrá mejores oportunidades.
A los 23 años, no tiene sentido de pertenencia hacia nada, ni nadie. Como diría Facundo Cabral: ‘no es de aquí ni es de allá.’
Clara Toro